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Festividad litúrgica de San Francisco de Asís
Esta Hermandad ha estado siempre orgullosa de su vinculación con la comunidad franciscana, por ello desde antiguo se viene rezando al comienzo de nuestros cabildos la oración a San Francisco de Asís:
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
Fruto de esta vinculación podemos encontrar en muchos de nuestros enseres y posesiones menciones a la orden franciscana. Del mismo modo, en 2015 se realizó la representación teatral “Francisco de Asís, El santo juglar de Dios” realizada por hermanos de nuestra corporación.
De este modo, desde este pasado año nuestra Hermandad cuenta con una reliquia del Santo, para de este modo perpetuar la devoción que nuestra corporación proclama al Seráfico Padre San Francisco de Asís en el artículo 3 de las Reglas. Saliendo por primera vez en la cofradía de 2019.
San Francisco nació en Asís hacia el fin del año 1181 o comienzo del 1182. Después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís (Italia), y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. En 1206 se entrega totalmente al servicio de Dios y renuncia a la herencia paterna para llevar durante dos años una vida ermitaña, dedicada a reparar las iglesias de San Damián, San Pedro y Santa María de los Ángeles, en las cercanías de Asís.
En el año 1210 San Francisco de Asís funda su orden de los frailes menores, que vino a aportar, entre otros, dos grandes valores al mundo: por una parte, la plenitud de la contemplación de la humanidad de Cristo y, por otra, la reforma de la vida religiosa. En cuanto a lo primero, fue San Francisco precursor en contemplar desde una mirada puramente humana el Nacimiento de Cristo en Belén y, para ello, montó los primeros “belenes” de la Historia. En este sentido, se acrecienta también la vivencia de los dolores y tormentos que Cristo padeciera en la Pasión, lo que da origen a actos de imitación, reviviendo en las propias carnes aquellas afrentas, lo que daría origen a la propagación del Vía Crucis y las procesiones llevando cruces, vivencias que en el seráfico Padre llegaron hasta el extremo de padecer en sus propias manos los estigmas de los clavos, como es bien conocido. En otro aspecto, las reformas reclamadas por Francisco de Asís exigieron mayor autenticidad en los sentimientos y en las formas de la vida religiosa, en contra de los escándalos, las costumbres paganas y los abusos. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la nuda tierra en 1226 DC.
Desde los orígenes de nuestra Hermandad se mantuvo contacto con la orden Franciscana a través de los conventos cercanos a nuestra localidad. Así pues existían conventos franciscanos en La Algaba, asentado primigeniamente en El Aral, en el sitio que hoy ocupa la Ermita de la Purísima, erigiéndose, pasado un siglo por el marqués de Guzmán uno nuevo, más próximo a la población, llamado Casa de San Francisco de los Ángeles, situado junto a la actual capilla de Jesús. Entre los términos de Burguillos y Villaverde, existieron los conventos franciscanos de los Ángeles, el del Monte, Santi-Espíritu y Aguas Santas, este fundado en 1595. En Cantillana se fundó otro con hermanos que vivían junto a la Ermita de Ntra. Sra. de Aguas Santas, por concesión del Conde de Cantillana en 1608.
De esta variedad de conventos no es de extrañar el contacto de la población alcalareña con la comunidad franciscana, siendo prueba palpable de este hecho un fresco tristemente desaparecido en nuestra iglesia parroquial, hallado durante la restauración de esta, en la que se podía admirar a dos frailes franciscanos adorando de rodillas a la Santa Cruz, así como el testamento de unos de los primeros alcalareños que viajó a América: Diego de Figueroa, hijo de Diego Martín de Figueroa y de Juana Rodríguez Orozco, quien murió en 1599, no sin antes hacer testamento en ese mismo año, donde entre sus cláusulas se declara cristiano, manda se le entierre con el hábito de San Francisco y que es su voluntad que en Alcalá del Río se fundase un convento de franciscanos descalzos, para lo que destinaba 10.000 pesos de plata para invertir y con esto y su renta hacer el cenobio, y si no fuera posible se fundase una capellanía y altar a San Sebastián, en la parroquia “donde está enterrada doña Juana Rodríguez, su madre”, señalando 500 ducados anuales para dicha capellanía. No obstante, del citado convento nada sabemos ni hay noticias en parte alguna. Otro caso similar es la crucera del siglo XVIII, Úrsula María de Castro que realizó testamento el día 22 de junio de 1737, a sus veinticinco años, pidiendo ser enterrada “con el hábito de Nuestro Padre San Francisco”.
Otro hecho que no debe pasar desapercibido es la existencia desde muy antiguo en la Parroquia de nuestra localidad de una capilla, con cripta para enterramientos, dedicada a una devoción tan franciscana como es la de la Inmaculada Concepción. En perfecta coherencia, una de las imágenes laterales es precisamente la de San Francisco de Asís, con cuyo hábito solían enterrarse, como hemos comentado, gran parte de los alcalareños, según podemos comprobar los registros parroquiales de enterramientos y testamentos hallados en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla y del último alcalareño reseñado.
De todos es conocidos que la orden franciscana fue precursora de la devoción a la Santa y Vera-Cruz instando a la fundación de cofradías para su veneración. Aunque los orígenes de nuestra corporación no están claros, teniendo en cuenta los antecedentes de la Hermandad de Vera-Cruz de Sevilla en el Convento Casa Grande de San Francisco y la proliferación de frailes franciscanos en nuestra localidad, la nuestra bien podría haber sido fundada por mediación de la orden. Del mismo modo, la tradición oral siempre ha establecido que el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz era portado en las primeras procesiones penitenciales por un fraile franciscano. De ahí su tamaño académico, facilitando el traslado de la sagrada imagen en los ejercicios piadosos del Vía-Crucis por las calles de nuestro pueblo.