Atribuido a Roque de Balduque, realizado entre 1558 y 1561.

La Imagen del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz en Alcalá del Río y en toda la provincia es un importantísimo epicentro devocional que, durante casi cinco siglos, ha obrado los más prodigiosos milagros a todos los devotos que a Él se ha encomendado para recibir sus favores y bendición.

Es considerado el mismo Dios en Alcalá del Río pues su presencia enmudece, emociona y a su divina providencia nos acogemos. Su poder es infinito y su singularidad muy destacable. Procesiona en un paso procesional realizado con gran maestría junto a Santa María Magdalena sobre un característico monte de claveles color rojo. Asimismo, un fino velo de tul y oro cubre la parte trasera del Cristo, en representación del velo del templo que, según las Escrituras, se rasgó cuando Cristo murió. Un pelícano de plata simboliza la entrega y sacrificio de Dios, en un gesto de infinita bondad, a sus Hijos. Le acompaña una cofradía de grandísima extensión, siendo la Hermandad con mayor cortejo de Alcalá del Río y probablemente, de toda la provincia de Sevilla (1508 Hermanos participan en la procesión en este año 2002). La decuria romana tras su discurrir es otra característica, muestra de la singularidad de nuestra cofradía.

Recuerda los orígenes remotos de la Hermandad y antigüedad de esta bendita talla, su forma de procesionar por Hermanos nazarenos durante el Jueves Santo y, en brazos de tres Hermanos, en la particular "bajada" y "subida" para celebrar los cultos mayores de nuestra corporación cada año, en el mes de mayo, dedicados en Su Honor.

Digno reseñar la marcha “Cristo de Vera-Cruz. Marcha fúnebre” (1932), de D. Manuel Borrego dedicada a nuestro Titular. Por su antigüedad y belleza musical, es considerada el himno de la Semana Santa alcalareña. 

La Madre del Cristo de la Vera-Cruz, María Santísima de las Angustias Coronada, nuestra Amantísima Titular, es considerada la Madre de Dios en Alcalá del Río y, al igual que Su Bendito Hijo y por ser eterna mediadora para obtener la bendición de tan prodigioso Cristo, posee la misma devoción en nuestro pueblo y en los alrededores. No hay mejor Madre que la Virgen de las Angustias, la Madre del Cristo, la Reina para los Cruceros.

Pedimos al Cristo de la Vera-Cruz misericordia, consuelo y bendiciones. A Su infinito poder nos encomendamos siempre por la mediación eterna de Su Bendita Madre, la Virgen de las Angustias.

LA TALLA DEL CRISTO DE LA VERA-CRUZ.

La prodigiosa y antiquísima imagen del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, de admirable factura, nos transmite un fuerte sentimiento dramático debido a que está impregnado del espíritu renacentista y del goticismo flamenco. Algo totalmente natural si damos por supuesto que su autor fue Roque de Balduque y que su estancia en nuestra villa debió situarse entre 1557 y 1561, años en los que pudo realizar este magnífico encargo para la Hermandad de Vera-Cruz; aunque -como afirma Javier Serrano Pinteño en Primavera Ilipense de 1998- el artista pudo tener un contacto anterior con Alcalá. Sostiene este autor que la talla del Cristo pudiera ser anterior a la fecha ya señalada, debido a que en los años ya mencionados Alcalá vivía una religiosidad muy sentida y peculiar, creando con ello un modo de vida que nos ha llegado hasta nuestros días.

La maestría del autor creó una talla de espectacular realismo, que provoca a todo aquel que la contempla una devoción que lo lleva al recogimiento del alma y sentimiento de angustia por ver al Hombre en la Cruz. Este gozo de los sentidos se magnifica al observar que la talla es de tamaño algo menor al natural (la talla mide un metro y quince centímetros), lo que realza la capacidad de transmitir del escultor y que se explica porque en sus orígenes procesionaba en brazos de un clérigo, como lo refleja la primera regla de la Hermandad y Cofradía de la Santa Vera-Cruz de Sevilla, aprobadas en febrero de 1501 y reformadas en 1538. Sobre nuestras primeras reglas no tenemos documentación; pero sabemos por el Abad Gordillo, al hablar de la Vera-Cruz de Sevilla, que su institución fue tomada como ejemplo e imitación por todos los demás pueblos de esta devoción.

La talla realizada en madera conífera esta policromada y pulimentada para dar más realismo a las encarnaduras y rastros del martirio, ya que representa a Cristo muerto en la cruz; pudiéndose constatar por la caída de la cabeza sobre el hombro derecho y la lanzada sobre el mismo constado, respetando el Evangelio de San Juan (19,34). La posición que toma el cuerpo es totalmente frontal, los brazos caen por el peso del cuerpo, formando un triángulo con el patibulum. El cuerpo ejerce una gran fuerza sobre los brazos que, inmovilizados por los clavos a la cruz, hacen que el bíceps, el braquiorradial y el primer radial externo se muestren con vigor. Sus manos se presentan con un perfeccionamiento escultórico ya mencionado en el estilo de Maese Roque. Aparecen contraídas por la presión de los clavos que atraviesan la carne, exceptuando los dedos índice y corazón que, en actitud bendicente, realzan el carácter sacrosanto de tan devota imagen. Las piernas, flexionadas, provocan la tensión de los músculos que ceñidos por la piel dibujan su morfología. En cuanto a los pies, el derecho monta sobre el izquierdo; siendo la anatomía de estos tan real que en ellos se revelan los tendones de cada uno de los dedos; lo mismo que se puede observar cómo el clavo taladra la masa muscular que rompe los ligamentos de los dedos, consiguiendo que estos se separen. Son pies muy alargados y delgados; podríamos decir que enjutos, donde se aprecian las heridas y el cansancio; las uñas están claramente delimitadas en dedos de marcada osamenta.

El paño superfemoral o sudario de gracia está realizado con la técnica de los paños mojados, para así trabajar con esmero los pliegues, que son de horizontalidad no muy marcada aunque bien definidos, ciñéndose al cuerpo mediante un nudo con forma de ovalo; la caída de los lazos que de él se desprenden es vertical y sin vuelo. El torso esta esculpido con un cierto realismo ya que marca los pectorales, costillas y disimula el arco condrocostal a la vez que los abdominales. Su espalda nos recuerda que en un principio estuvo colgado por tres clavos de una cruz plana, con lo cual el centro de su dorso no está trabajado laboriosamente, puesto que no se dejaba ver. Sin embargo, los costados posteriores de la talla señalan el rictus del prendimiento al santo signo.

Su cabeza está inclinada y enmarcada por una cabellera de dos bucles; uno de ellos reposando sobre el pecho, mientras que el otro deja al descubierto la oreja y parte del cuello, sobre el que se ha estudiado con madurez la anatomía; constatando la tensión muscular. Su faz, trabajada sabiamente por el maestro, va dejando ver las características de un rostro hebraico, de dolor dulcificado. Su frente es pequeña, lo que se acentúa por la corona de espinas.

El ceño se presenta livianamente fruncido por unas largas y finas cejas, que encuadran el encarnado de unos parpados despejados. Los ojos cerrados y oblicuos, un tanto hundidos por la prominencia de los pómulos, denotan una relajación sosegada que reflejan la paz de un descanso eterno. La nariz es rectilínea, podríamos atribuirla al estilo del perfil griego, ya que no se comba al llegar al entrecejo. Es uno de los rasgos más llamativos de su rostro, pues su fina y alargada fisonomía es sinónimo de elegancia y canon de belleza judaico. El surco supralabial se muestra relajado, ya que entreabre sus finos labios dejando escapar su último aliento y mostrando la talla de los dientes. La barba es espesa y bífida, partida por el hoyuelo del mentón. Las señales de dolor se reflejan en el oscurecimiento de la piel de pómulos y ojos, Mat. (26,67), "Entonces le escupieron en el rostro y le dieron de puñetazos. Otros le dieron de bofetadas".

El dramatismo de la imagen no sólo se trasluce por la expresividad de su tratamiento anatómico, ni por las facciones reposadas de su rostro; sino también por el trato que de la sangre realizó su autor, que a decir verdad, no abusó de ella. En realidad nos atreveríamos a decir que aparece en su justa medida, pues no advertimos un Cristo sanguinolento. La sangre es aquí un instrumento para recordar al devoto que lo observa sus últimas congojas. La sangre que gotea por su frente, pómulos, sien y torso son causadas por la corona de espinas que le impusieron los soldados romanos para proclamarlo rey de los judíos. Se dispersan por su cuerpo como lágrimas silenciosas, que sin embargo gritan el dolor que no pronuncia con los rasgos de su cara. El sudario también esta salpicado de sangre; pero aun así se muestra inmaculado y puro. De sus rodillas se vierte la savia, por las caídas que sufrió caminando hacía el Gólgotha con el madero de nuestras infamias y pecados, sangre que fluye para limpiar nuestras conciencias. En su costado derecho aparece la llaga producida por la lanzada que le confirió el soldado romano para asegurarse de que había fenecido. Lanzada que cumplió con las sagradas escrituras, pues evitó que le quebrantaran los huesos y permitió que brotara de su costado sangre y agua.

De las sagradas manos y pies se fue derramando su sangre del mismo modo que se le escapó la vida; finos regueros que fueron acariciando sus brazos en dirección a la axila, al igual que aquellos que salían de las llagas de sus pies; arrastrándose por el madero purificando todo lo impregnado, puesto que su sangre es Cáliz de Vida.

Extraído del libro "La Hermandad de la Vera-Cruz de Alcalá del Río. Historia y Alma de una Devoción", publicado nuestra Hermandad en octubre de 2006.